El Senado de la República aprobó este martes el ingreso de 120 militares del Comando Norte del Ejército de los para participar en un ejercicio conjunto con las Fuerzas Armadas Mexicanas, a celebrarse entre el 7 y el 25 de julio de 2025. La resolución, respaldada por 92 votos a favor, permite la entrada del contingente norteamericano con armamento, municiones y equipo especial al Centro Nacional de Adiestramiento ubicado en Santa Gertrudis, Chihuahua.

Los soldados estadounidenses llegarán a bordo de tres aeronaves de transporte táctico C-130 Hércules, que aterrizarán en la Base Aérea Militar No. 11 el 7 de julio, permaneciendo en territorio mexicano hasta el 26 del mismo mes. El ejercicio ha sido denominado oficialmente “Ejercicio Especializado Conjunto 2025” y se enmarca en los programas bilaterales de cooperación militar entre ambos países, vigentes desde principios del siglo XXI pero usualmente discretos en su ejecución pública.

La operación conjunta tiene como propósito, según el dictamen aprobado por el Senado, “fortalecer las capacidades operativas de las Fuerzas Armadas Mexicanas mediante actividades conjuntas con personal del Comando Norte”, así como mejorar la interoperabilidad táctica y reforzar la respuesta frente a amenazas complejas en el ámbito de seguridad regional. La naturaleza multinacional del entrenamiento sugiere un enfoque centrado en escenarios de defensa cooperativa y preparación ante situaciones transfronterizas o de crisis.

Este despliegue se da en un contexto de creciente colaboración entre México y Estados Unidos en materia de seguridad, a pesar de tensiones comerciales y migratorias persistentes. Bajo el mandato de la presidenta , esta aprobación marca su primera gran decisión en política exterior y defensa, y representa un gesto de continuidad institucional respecto a convenios militares bilaterales iniciados en los sexenios anteriores, particularmente en el marco del Comando Norte.

El Comando Norte, con sede en Colorado Springs, es responsable de coordinar la defensa territorial de Estados Unidos en el continente y tiene atribuciones para desarrollar ejercicios conjuntos con aliados estratégicos. Su participación en este ejercicio refuerza el compromiso bilateral de enfrentar desafíos comunes como el crimen organizado transnacional, amenazas cibernéticas y fenómenos naturales con potencial desestabilizador.

Seguridad regional con implicaciones diplomáticas bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum.

La autorización del ingreso de tropas estadounidenses a suelo mexicano, aunque limitada en tiempo, número y objetivo, es altamente simbólica. Representa una profundización silenciosa de la cooperación militar entre ambos países en un momento en que las relaciones bilaterales están bajo tensión en otras áreas como el comercio, el tráfico de fentanilo y la migración. La decisión, avalada ampliamente en el Senado, refleja la madurez institucional del vínculo defensivo entre México y Estados Unidos, una relación históricamente marcada por la cautela y el recelo popular hacia la presencia militar extranjera.

Para la presidenta Claudia Sheinbaum, la operación tiene un doble filo. Por un lado, muestra continuidad y pragmatismo en política de defensa, lo cual podría reforzar su imagen de estadista ante Washington. Por otro, se expone a críticas de sectores nacionalistas que verán con suspicacia la entrada de fuerzas armadas extranjeras, incluso bajo marcos legales y cooperativos. En el tablero geopolítico latinoamericano, donde la soberanía es un concepto sensible, el equilibrio diplomático será clave para evitar interpretaciones de subordinación o dependencia estratégica.

Desde la óptica de Estados Unidos, la participación en Santa Gertrudis responde a una lógica hemisférica de contención y estabilización. El Comando Norte entiende que la frontera sur no puede ser defendida unilateralmente. La cooperación militar con México no busca crear una fuerza binacional, sino asegurar compatibilidad táctica, flujos de información y capacidad de respuesta rápida en escenarios reales. En ese sentido, la presencia temporal de sus tropas en suelo mexicano es tanto un ejercicio como un mensaje político: Estados Unidos sigue viendo a México como socio prioritario en seguridad continental.

De cara al futuro, este ejercicio podría ser un ensayo general para esquemas más complejos de colaboración regional. La posible evolución hacia misiones humanitarias conjuntas, respuestas ante desastres o incluso labores técnicas de contención cibernética no puede descartarse. Lo que hoy se presenta como una práctica táctica limitada podría mañana sentar las bases de una arquitectura más robusta de seguridad compartida. En la era del crimen transnacional y las amenazas híbridas, la cooperación entre vecinos no es solo deseable, es inevitable.

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