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Parado en los densos bosques de Oregón, Dave Wiens se sentía nervioso. Antes de entrenarse para tirarle por primera vez al búho listado, nunca había disparado un arma.

Divisó una hembra, con sus rayas marrones y blancas, en la rama de un árbol a la distancia justa. Apretó el gatillo y el animal cayó al piso, sumándose a la lista de 2.400 búhos que han muerto hasta ahora en el marco de un polémico experimento del gobierno estadounidense para determinar si la rápida declinación de la población del búho moteado en el noroeste de Estados Unidos puede frenarse matando a su agresivo primo de la costa atlántica.

Wiens es hijo de un reconocido ornitólogo y la fascinan las aves desde pequeño. Su trabajo como estudiante de posgrado sobre las relaciones entre las distintas especies de búhos lo preparó para este momento.

“Es de mal gusto esto de matar búhos para salvar otra especie de búhos”, dijo Wiens, un biólogo que dice que al principio cada disparo la “revolvía el estómago”. “Al mismo tiempo, desde el punto de vista de la conservación de las especies, tenemos la espada contra la pared. Sabíamos que los búhos listados le sacaban ventaja a los moteados y que su población iba en aumento”.

El gobierno federal ha estado tratando por décadas de salvar al búho moteado del norte, un ave nativa que en 1990 fue declarada en peligro de extinción y alcanzó la portada de la revista Time. Las autoridades prohibieron la tala de árboles en millones de hectáreas para proteger el hábitat de esta ave, pero su población sigue mermando.

Dilema moral en EU: Matar búhos para salvar a otra especie de búhos
Dilema moral en EU: Matar búhos para salvar a otra especie de búhos

El búho listado es el gran enemigo del moteado: Se reproduce más seguido, tiene más bebés por año y come las mismas presas: ardillas y ratas de bosque. Hoy supera en número al moteado en muchas de las regiones naturales del moteado.

Por esto, en un último esfuerzo por salvar al búho moteado, las autoridades federales están matando al listado.

El experimento del Servicio de Pesca y Fauna empezó en el 2015 y ha planteado espinosas interrogantes:

¿Hasta qué punto se puede revertir una declinación de la población de búhos moteados que lleva décadas y responde a menudo, al menos parcialmente, a las acciones de los humanos?

También, ¿cómo intervenir en momentos en que el cambio climático sigue alterando el paisaje, desplazando especies y modificando el lugar y la forma en que plantas y animales sobreviven?

La matanza experimental de búhos listados plantea tantos dilemas morales que cuando fue propuesta por primera vez en el 2012, el servicio de pesca y fauna contrató a un experto en ética para ayudar a decidir si había formas aceptables de hacerlo, humanamente.

Dilema moral en EU: Matar búhos para salvar a otra especie de búhos
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Las autoridades, por ejemplo, le partieron el cuello a miles de tordos para salvar al avetoro, un pájaro cantor que estuvo al borde de la extinción. Para preservar el salmón en el noroeste y el perca en el centro del país, agencias federales y estatales mataron a miles de aves marinas llamadas cormoranes de doble cresta. Y el año pasado, el Congreso aprobó una ley que facilitaba la matanza de leones marinos en Oregón, Washington, Idaho y otros sitios para preservar el salmón Chinook en el río Columbia.

El experimento con los búhos es inusual porque involucra la matanza de una variedad de búhos para salvar otra.

En cuatro estudios pequeños en partes de Washington, Oregón y el norte de California, Wiens y sus colaboradores han estado matando búhos listados con escopetas de calibre 12 para ver si el moteado regresa a su hábitat natural a reproducirse una vez que su rival se vaya.

El Servicio de Pesca y Fauna permite matar hasta 3.600 búhos listados. Si el programa, que cuesta 5 millones de dólares, funciona, será expandido a otros territorios.

Wiens, quien trabaja para el Servicio Geológico de Estados Unidos, ahora considera la escopeta “una herramienta para investigar”, a partir de la cual el género humano trata de mantener la biodiversidad y equilibrar el ecosistema forestal, combatiendo un depredador.

“Los humanos, al intervenir y asumir el papel de la naturaleza, tal vez podamos mejorar la biodiversidad en lugar de permitir que el búho listado arrase con otras especies”, dijo Wiens.

Mark Bekoff, profesor emérito de ecología y biología evolutiva en la Universidad de Colorado, en Boulder, opina que esta es una práctica aborrecible y que los humanos deberían encontrar otra forma de ayudar a los búhos.

“No hay forma de presentarlo como algo bueno si estás matando a una especie para salvar otra”, sostuvo Bekoff.

Y Michael Harris, quien dirige el programa de leyes sobre la vida silvestre de Amigos de los Animales, considera que el gobierno debería concentrarse en lo que hacen los humanos con el medio ambiente y en proteger los hábitats en lugar de usar a los búhos listados como chivos expiatorios.

“Todo esto comenzó siglos atrás. Hay que dejar que las cosas sigan su curso”, afirmó Harris, cuya organización acudió a los tribunales para tratar de impedir la matanza de búhos listados, sin conseguirlo, y ahora está cuestionando una medida de la Ley de Especies en Peligro que permite a los terratenientes matar búhos listados durante actividades consideradas legales, como la tala de árboles.

“Esto va a ser algo bastante común con el cambio climático”, dijo Harris. “¿Qué vamos a hacer, vamos a elegir los ganadores?”

Algunos sienten la responsabilidad de intervenir, diciendo que los humanos son en parte responsables, debido a actividades como la tala de árboles precisamente, que contribuyen a la declinación de la población de búhos moteados.

Otros estiman que esta es una situación en la que nadie sale ganando.

“La decisión de no matar al búho listado es lo mismo que decidir que el búho moteado se extinga”, dijo Bob Sallinger, directos de conservación de la Sociedad Audubon de Portland. “Ese es el dilema que tenemos”.

Si la eliminación experimental de búhos listados mejora la población de búhos moteados, el servicio de pesca y fauna podría decidir matar más listados como parte de una estrategia a largo plazo. Ya se han percibido ciertos progresos, al punto de que se extendió el experimento al menos hasta agosto del 2021.

“Lo que hemos estado tratando de hacer es encontrar una forma de controlar los búhos listados, no eliminarlos completamente, para que los moteados puedan sobrevivir mientras buscamos la forma de ayudar al listado a recuperarse”, dijo Robin Bown, quien dirige el experimento con los búhos.

En uno de los sitios donde se desarrolla el estudio, las Cascadas Centrales de Washington, sólo quedan un par de búhos listados y Wiens se pregunta si se los puede salvar. En Oregón y el norte de California hay más, aunque su número merma.

“Estamos viendo un patrón en el que los búhos listados que había allí cuando empezamos siguen estando allí, pero en la zona donde no estamos interviniendo, desaparecen muy rápidamente”, comentó Wiens. “Pero no vemos búhos listados nuevos en esas zonas. La llegada de búhos nuevos es lo que indica si esto es un éxito o no”.
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“El búho listado no desaparecerá, eso delo por seguro”, agregó. “La extinción en este caso sería un proceso mucho más largo y, por lo que vemos con estos experimentos, probablemente podamos demorar la declinación de estas poblaciones”.

Wiens tiene una rutina: La noche está todavía oscura cuando estaciona su camioneta en un camino aislado al oeste de Corvallis, ciudad del centro de Oregón en la que nació él. Llueve y el agua se estrella contra abetos y cedros.

Wiens mide más de dos metros (seis pies, seis pulgadas), pero es tapado por los árboles al acercarse a un claro. Coloca su llamador digital de aves en el piso, se retira un poco y espera que los primeros sonidos llenen la noche.

Los búhos listados no soportan los intrusos en su territorio y si detectan un búho de afuera, lo persiguen. A veces lo atacan.

Wiens emite sonidos que tiene grabados hasta que se escucha uno que parece el de una lechuza. Desde la oscuridad surge el llamado de un búho macho. “¿Escuchaste eso?”, pregunta, mientras su foco delantero apunta hacia las ramas altas de unos árboles. “Está allí arriba”, dice. Emite más sonidos, pero el búho macho no se hace presente.

Esa misma noche, en otra localidad remota, un colega de Wiens, Jordan Hazan, tiene mejor suerte.

Pasada la medianoche, luego de varias horas en el bosque, Hazan transporta un búho macho muerto en una bolsa de plástico blanca. Lo lleva a un laboratorio en Corvallis, donde, en un espacio reducido, lo pesa, lo coloca en una mesa y abre sus alas para medirlas.

El ave parece intacta, lo que permitirá su traslado a museos y universidades de todo el país, para que sea estudiada. Varias docenas fueron enviadas ese mismo día al Museo Field de Historia Natural de Chicago.

“Son aves hermosas. Es triste tener que matarlas”, dijo Hazan.

Todavía le tiemblan las manos cada vez que aprieta el gatillo.

“Toda tu vida te enseñan que los búhos y las aves rapaces hay que protegerlas”, expresó. “La gente me pregunta qué se siente al matar búhos. Como cazador, es divertido bajar patos y gansos. Pero matar búhos no te causa el menor placer. Es algo que uno tiene que hacer”.

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