La economía estadounidense enfrenta un fenómeno que va más allá de la estadística: el colapso sistemático de empresas que alguna vez dominaron su sector. Durante 2024, al menos 686 compañías se declararon en bancarrota en , según datos del Financial Times, marcando el nivel más alto en los últimos 14 años. Entre las firmas afectadas se encuentran nombres que definieron generaciones: Forever 21, Avon, Tupperware, Red Lobster y Hooters, todas víctimas de una transformación comercial que no supieron leer ni anticipar.

Las causas de esta crisis no responden únicamente a factores macroeconómicos como la inflación o los rezagos pospandemia. El diagnóstico apunta más profundo: se trata de un desfase estructural entre lo que estas empresas ofrecen y lo que el consumidor actual exige. El auge de plataformas como Shein o Temu ha redefinido el comercio minorista, obligando a los actores tradicionales a rediseñar sus canales de venta, experiencias digitales y conexión emocional con las nuevas generaciones. Muchas no lo hicieron, o lo intentaron demasiado tarde.

El académico Ramón Martínez, profesor de la Escuela Bancaria y Comercial, explica que el modelo de negocios no ha muerto, pero sí ha mutado en su ejecución. Hoy no basta con tener productos; hay que entender hábitos de consumo, lenguajes digitales y prioridades generacionales que incluyen sostenibilidad, personalización y rapidez. Las empresas que no invierten en estos frentes enfrentan una tormenta perfecta: estructuras financieras ineficientes, caída en ventas y pérdida de relevancia.

En este escenario, la falta de innovación tecnológica se convierte en el hilo conductor del fracaso. Empresas ancladas en esquemas del siglo XX, con campañas genéricas y sin presencia real en plataformas sociales, pierden terreno frente a competidores que entienden que vender ya no es solo convencer, sino conversar con una audiencia empoderada, conectada y crítica. Las nuevas generaciones, especialmente los consumidores menores de 40 años ya no toleran marcas que ignoren sus valores o estilos de vida.

La bancarrota, por tanto, no es solamente un desenlace contable: es un veredicto de obsolescencia estratégica. El no escuchar al cliente, el no reinventarse, el no anticiparse a los cambios culturales y tecnológicos, son hoy las verdaderas causas de muerte empresarial. La lógica de “empujar” productos desde la empresa hacia el mercado ha sido sustituida por el diseño inverso, en el que el consumidor dicta las reglas.

Crisis estructural en el ADN comercial de marcas históricas

Lo que se vive actualmente en Estados Unidos no es una simple ola de bancarrotas, sino un reacomodo sísmico del ecosistema empresarial. Estamos ante el fin de una era de hegemonía de marcas que crecieron en un entorno sin competencia digital, sin redes sociales, sin la presión ambiental y sin la velocidad vertiginosa que hoy define el consumo. La bancarrota ya no es sinónimo de mala calidad ni de crisis económica generalizada, sino de incapacidad de lectura del presente.

Resulta revelador que muchas de las empresas que hoy caen no lo hacen por falta de recursos, sino por no saber cómo usarlos para transformarse. El capital ya no garantiza permanencia si no se traduce en innovación relevante. Aquellos que se resisten al cambio, que insisten en operar con estrategias pensadas para un público que envejece y se reduce, están condenados a desaparecer sin importar su tamaño, historia o prestigio.

Además, este fenómeno no es exclusivo de EE.UU. y es cuestión de tiempo para que se replique en América Latina y Europa si las marcas no despiertan. , en particular, enfrenta riesgos similares: empresas con décadas en el mercado que aún no saben hablarle a la Generación Z o adoptar tecnologías de automatización y big data. Las condiciones están dadas para una cascada de quiebras en cadena si no se reestructura el vínculo con el consumidor.

La verdadera lección de este colapso empresarial es que ningún modelo es eterno, y que la innovación ya no es una ventaja competitiva: es el requisito mínimo para sobrevivir. Las marcas que no entiendan que el cliente joven es quien dicta el futuro del mercado, estarán leyendo su propio epitafio en los balances financieros del próximo año.

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