La economía de Estados Unidos retrocedió un -0.3% durante el primer trimestre de 2025, según cifras publicadas por el Departamento de Comercio, marcando la primera contracción económica desde mediados de 2022. El dato —ajustado por inflación y factores estacionales— cayó muy por debajo de las expectativas del mercado, que preveían una expansión moderada del 0.8%, y representa una fuerte reversión frente al sólido 2.4% de crecimiento registrado en el último trimestre del año anterior.
El principal motor del declive fue un desbalance comercial abrupto, originado por la aceleración de las importaciones que subieron un 41.3%, en contraste con el -1.9% del trimestre previo. Esta explosión de compras en el exterior obedeció, en gran medida, a la prisa de empresas y consumidores por anticiparse a la entrada en vigor de los nuevos aranceles impuestos por la administración de Donald Trump. Las exportaciones, por su parte, crecieron apenas un 1.8%, ampliando el déficit comercial en niveles no observados desde 1947.
El entorno de incertidumbre regulatoria también afectó al consumo, que representa cerca del 70% del PIB. El gasto de los hogares se desaceleró hasta un 1.8%, frente al 4% del trimestre anterior. La caída se concentró especialmente en la compra de bienes, mientras que el gasto en servicios se mantuvo más resiliente. Al mismo tiempo, el gasto público federal cayó un 5.1%, contribuyendo aún más al enfriamiento de la economía. Esto se produce en medio de un ajuste presupuestario impulsado por la Casa Blanca en nombre de la “austeridad estratégica”.
Curiosamente, la inversión empresarial fue uno de los pocos indicadores positivos del informe: creció un 9.8%, posiblemente impulsada por empresas que buscan asegurarse suministros antes de mayores alzas de costos debido a los aranceles. No obstante, esa dinámica podría no sostenerse en el tiempo si la incertidumbre persiste. En contraste, las contrataciones en el sector privado mostraron señales de fatiga: el informe de ADP reveló la creación de apenas 62,000 nuevos empleos en abril, muy por debajo de los 147 mil de marzo.
En reacción al informe, los mercados financieros abrieron a la baja: el Dow Jones cedió 1%, el S&P 500 perdió 1.5 % y el Nasdaq retrocedió 2.2 %, reflejando el nerviosismo de los inversores ante la posibilidad de una recesión inminente. Pese a estos datos, la Casa Blanca desvió responsabilidades. En redes sociales, Trump atribuyó la debilidad económica a una supuesta “herencia de exceso” del gobierno de Biden, prometiendo una recuperación sin precedentes a corto plazo, aunque sin reconocer el impacto directo de sus propias decisiones arancelarias.
Lo que este primer informe de PIB pone en evidencia no es solo una desaceleración, sino un conflicto estructural entre la retórica política y la realidad económica. Donald Trump ha apostado por una estrategia comercial agresiva —particularmente hacia China— basada en una lógica de “desacoplamiento estratégico”, pero los resultados inmediatos sugieren lo contrario: más desequilibrio, más incertidumbre y menos crecimiento. La imposición de aranceles del 145% a productos chinos ha desatado una carrera de anticipación en importaciones que desestabiliza la balanza comercial, en lugar de corregirla.
Este comportamiento no es novedoso, pero sí preocupante por su escala. La historia económica reciente muestra que políticas proteccionistas sin planes industriales sólidos tienden a provocar distorsiones temporales más que beneficios sostenibles. Mientras se penaliza el comercio exterior sin un aparato de sustitución interna preparado, los consumidores enfrentan precios crecientes y menor poder adquisitivo. Eso explica el enfriamiento del consumo y la ansiedad del sector privado reflejada en la caída de las contrataciones.
Además, el panorama fiscal añade una capa adicional de vulnerabilidad. Con un recorte agresivo del gasto público en un momento de desaceleración, el gobierno reduce su capacidad de maniobra ante un eventual deterioro más profundo. La lógica ortodoxa de recortes presupuestales en medio de una desaceleración puede ser autodestructiva si no se acompaña de políticas compensatorias orientadas a la inversión y al consumo interno. En otras palabras, EE.UU. está enfrentando una tormenta sin paraguas ni amortiguador.
Finalmente, aunque el empleo aún no ha colapsado y el consumo no se ha desplomado por completo, el terreno es inestable. Si el segundo trimestre vuelve a arrojar un PIB negativo, EE.UU. entraría técnicamente en recesión. La señal es clara: la economía no está en caída libre, pero sí en zona de alerta. Si Trump insiste en redoblar su ofensiva arancelaria sin una estrategia coordinada de inversión interna, el “auge sin precedentes” que promete podría convertirse en una caída prolongada y autoinfligida.