Habían pasado seis años desde que Glenda Valdez se despidió de su pequeña hija con un beso y partió hacia Estados Unidos. Seis años desde que sostuvo a la niña en sus brazos.

Pero ahí estaba, en el aeropuerto internacional Austin-Bergstrom de Texas, abrazando entre lágrimas a la niña. El reencuentro fue posible en parte por una foto de Emely que vio en la televisión y en parte por una nota de la Associated Press sobre jóvenes migrantes que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos.

“Te quiero mucho”, le dijo a la niña, hoy de nueve años. “Doy gracias a Dios”.

Fue un final de película —por lo menos hasta ahora— para una compleja historia, que comenzó en Honduras, con una relación mala, según Valdez, quien tiene hoy 26 años.

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El padre de Emely no se ocupaba de ella ni ayudaba con sus gastos. Cuando Valdez emigró en busca de una vida mejor, la pequeña quedó bajo custodia de su madre. Pero el padre se la llevó.

Valdez dijo que tuvo contactos esporádicos con la niña porque su padre prefería que no hablase mucho con ella. De vez en cuando lograba hacer una llamada con video. Un día Emely le dijo que tenía una nueva madrastra que no la trataba bien.

Emely le contó que su padre, al ver que no estaba feliz, había decidido entregarla a alguien, sin decirle a quién ni dónde. La dejó a cargo de un adulto que ayudó a hacerla llegar a la frontera entre México y Estados Unidos a lo largo de varias semanas.

Agentes de la Patrulla Fronteriza encontraron a Emely en La Joya, Texas, la medianoche del 12 de mayo. Había estado caminando entre arbustos por seis horas con un grupo de gente que no conocía y había perdido un zapato en el barro. Lloraba desconsoladamente.

“Tenía sed y no había nada que beber. No sabía hacia dónde íbamos”, expresó Emely el domingo.

Cuando la encontraron los agentes, les dijo que había perdido el número de teléfono de su madre y que no sabía dónde vivía ella. Desesperada, les dio a periodistas detalles para tratar de identificar a la madre. “Tiene cabello rizado, aunque a veces se lo alisa. Tiene un aro en el labio”.

Afirmó que su madre la esperaba. Valdez, sin embargo, dijo que no tenía idea de que el padre había enviado a su hija a la frontera.

Valdez estaba en su casa en Austin, viendo un noticiero de Univision una tarde de mayo, cuando vio una foto de Emely con un buzo con una capucha roja. Supo de inmediato que era su hija. Desesperada, empezó a llamar a las autoridades estadounidenses, a la cadena televisiva y a organismos de refugiados.

“Estaba conmocionada, honestamente. Imagínese estar viendo televisión y de repente se aparece tu hija”, dijo Valdez. “Y verla llorando, diciendo cosas que me partieron el corazón. Que estaba molesta, llorando y todo eso. Ver es imagen suya descalza. Fue todo muy duro para mí”.

Emely dijo que estaba siendo llevada a una casa para menores, pero Valdez indicó que ella no lo sabía y que por semanas recibió respuestas vagas de las autoridades. Le decían que tuviese paciencia.

“Estaba traumatizada. Lloré muchos días viendo ese video, revisando fotos y llorando todo el tiempo”, expresó Valdez.

El miércoles pasado recibió una llamada en la que le dijeron que Emely estaba en un albergue del gobierno. Se verían pronto. Y el sábado le informaron que podría reunirse con su hija al día siguiente en el aeropuerto. A la hora indicada, bajó corriendo una escalera del aeropuerto para abrazar a su hija.

Emely es parte de una ola de migrantes menores de edad que cruzan la frontera desde México solos. Casi 19.000 llegaron en marzo, lo que constituye una cifra mensual sin precedentes, y cerca de 17.200 en abril (la segunda más alta). Aproximadamente un tercio de los menores provienen de Honduras. Es el segundo contingente más alto, superado solo por el de guatemaltecos.

Siguiendo lineamientos federales y un fallo de hace décadas, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos trata de ubicar a los menores “en el ambiente menos restrictivo” posible, lo que, en la mayoría de los casos, alude a un padre o pariente cercano que vive en Estados Unidos. Tomó un promedio de 35 días ubicar a un menor en una casa hacia fines de mayo. Emely se reunió con su madre en unos 25 días.

Los niños generalmente son entregados a alguien con instrucciones de presentarse a una audiencia en la que un juez decidirá si acepta su pedido de asilo o no. Las decisiones finales pueden tomar años ya que el sistema judicial está abrumado, con 1,3 millones de solicitudes pendientes.

Emely se instaló con su madre, su esposo y otras dos hijas que tuvo Valdez. Las pequeñas estaban ansiosas por conocer en persona a su hermana mayor, a quien conocían solo por videollamadas.

Valdez dice que está recuperando el tiempo perdido y estableciendo una buena conexión con la niña que dejó hace seis años.

“El plan es aceptar todo lo que disponga Dios y estar con ella aquí”, dijo Valdez.

“Y no volver a separarnos jamás. Pedirle a Dios que no permita que nos volvamos a separar. Darle todo el amor que no pude darle. Todo lo que se perdió. Darle un futuro mejor para compensar un poco todo lo que pasó”.

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