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Ya sea luciendo botas de la región central del país o sencillas sandalias, los fieles participaron en una procesión por las calles nevadas, al ritmo de una música festiva y portando imágenes de San Pablo, el santo patrón de su tierra, Axochiapán, México.

Para los miles de inmigrantes de esa localidad del sur de México distante 3.500 kilómetros (2.200 millas) que iniciaron nuevas vidas enen las dos últimas décadas, una gran celebración en el día de San Pablo, en enero, los ayuda a mantener sus raíces y a sentirse como en su casa, cerca de los familiares que dejaron atrás.

“Es más importante todavía porque nos trajeron aquí”, dijo Apolinar Morales, el mariscal de la celebración de este año, que se fue de Axochiapán en 1989. “Esto hace que no perdamos nuestras tradiciones, que sigan vivas, por más que estemos lejos. Y queremos que nuestros hijos y nuestros nietos se acuerden de esto”.

Calcula que más de una tercera parte de los residentes de Axochiapán emigraron a Estados Unidos, la mayor parte de ellos hace unos 20 años, cuando comenzó la celebración aquí. El festival es particularmente importante para quienes no pueden ir a su ciudad natal para los festejos, que duran un mes, debido a su status inmigratorio.

La mayoría crían hijos estadounidenses para quienes estos festejos son la mayor oportunidad que tienen de sumergirse en su identidad mexicana. Los ayuda a aprender a vivir la fe de sus ancestros en lugar de limitarse a colgar una venerada imagen de San Pablo en un rincón, como Morales, de 50 años, teme que sucedería.

“Nuestras familias (en Axochiapán) se sienten felices porque disfrutamos la misma celebración y del mismo modo en que lo hacen ellos, excepto que aquí hace calor”, dijo con una sonrisa Silverio Camilo. En la víspera del festejo, Camilo revolvió con una larga espátula de madera unos 54 kilos (120 libras) de masa de maíz que se cocinaba lentamente en el garaje de su casa suburbana mientras afuera nevaba.

Voluntarios como él no duermen por varios días preparando cenas con tamales de pollo y mole que sirven a las 1.200 personas que participan en las misas, procesiones y bailes en la Iglesia de la Encarnación/Sagrado Corazón del sur de Minneapolis. Sacrificar tiempo y dinero a título de ofrenda a su fe es igualmente importante para homenajear a San Pablo, lo mismo que los bailes típicos.A

“Tener fe es creer que puedes hacer un esfuerzo y a cambio recibes dicha y tal vez una bendición”, en la forma de trabajo, por ejemplo, señaló Camilo, quien era un adolescente cuando vino a Axochiapán hace 22 años.

Una de las actividades que más tiempo toma es producir velas de un metro (tres pies) para la procesión. Cada una lleva una docena de flores rosadas y amarillas. Empiezan a pintar y decorar la cera en agosto. Este verano empezarán a trabajar en el color que decida el próximo mariscal.

La tradición de las velas nació hace al menos 60 años, pero la celebración en sí tiene raíces mucho más viejas. En 1542, los conquistadores españoles tomaron el control de un asentamiento azteca y le dieron el nombre de San Pablo, quien fue perseguido por los primeros cristianos hasta que una revelación en el camino a Damasco lo transformó en el “apóstol de las naciones” y llevó su nueva fe más allá del Medio Oriente. Esa conversión es festejada todos los 25 de enero y es representada por cuadros venerados tanto en Axochiapán como en Minneapolis.

La leyenda dice que el cuadro milagrosamente se negó a ser llevado a Axochiapán a menos que lo hiciese una procesión de bailarines, de acuerdo con Morales. Ahora, con temperaturas de congelación, 27 grados Fahrenheit (menos 3 centígrados), bailarines con el torso descubierto avanzan delante de una réplica de la imagen por una tranquila calle de Minneapolis, luciendo brazaletes hechos con decenas de semillas de ayoyote que suenan al ritmo de panderetas.

El sonido se acalló un poco cuando los bailarines, que habían dejado sus elaborados arreglos con plumas para la cabeza en los bancos de la iglesia, ingresaron al templo construido hace 101 años para recibir la comunión durante una misa. O tal vez fue apagado por las trompetas y las cuerdas de un grupo de mariachis que tocaba “Pescador de Hombres”, uno de los himnos católicos más populares en el mundo de habla hispana.

Para numerosos fieles, los bailes indígenas son otra forma de expresar la devoción a San Pablo, y de encontrar la paz cuando uno tiene identidades mezcladas.

“Es muy significativo ver el sacrificio, el respeto a este festejo, las oraciones, el mismo baile, que nos identifica como mexicanos”, dijo la bailarina Karla Cortez Ocampo, de 29 años y quien vive desde niña en Minnesota. “Muchos chicos no hablan español bien, pero respetan la participación en el círculo del baile”.

En efecto, la sensación de pertenencia asociada con la fe y sus rituales es crucial para muchas comunidades de inmigrantes.

“La religión ofrece uno de los pocos sitios con una cultura conocida y muchas raíces que tienen disponibles”, opinó el reverendo Kevin McDonough, el sacerdote de esta parroquia tan diversa. Empezó su homilía diciendo que varios cientos de fieles de Axochiapán habían llamado por teléfono para enviar sus buenos deseos para el festejo.

En la última noche salía humo de incienso de brasas de un copal (un árbol tropical). El humo cubría todos los rincones y las velas gigantescas mientras la procesión regresaba en medio de la noche a la iglesia, donde seguirían bailando por horas frente a un gran altar con carteles honrando al “Apóstol San Pablo” y anunciando “la fiesta patronal de Minneapolis”. Los carteles, el copal y la mayoría de los objetos decorativos, hechos a mano, vinieron de México para esta ocasión, pero un individuo que cargaba solemnemente una vela lucía una gorra de los Vikings.

“La gente se siente cómoda” en su casa, dijo Morales. “Nos enorgullecemos de lo que trajimos a Minneapolis. Traje lo mejor que pude”.

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