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Andom Yosef, un exrefugiado eritreo en Etiopía, se ha pasado años cortando cerdos en una fábrica de Dakota del Sur, en Estados Unidos. Allí, como más de 700 de sus compañeros -la mayoría inmigrantes- contrajo el nuevo coronavirus.

Desde que llegó en 2007 a este recóndito punto de Estados Unidos en busca de una vida mejor, nunca se quejó de las duras condiciones de trabajo. "Mi trabajo no es tan duro en comparación con otros", dice.

Después de haber pasado siete años en un campo de refugiados, se ha acostumbrado a sus turnos nocturnos en el frío, así como al hacinamiento en las líneas de producción y a la monótona repetición de trabajo físico.

Pero cuando el número de explotó entre las paredes de ladrillos de la fábrica, Yosef, de 38 años, no pudo ocultar su preocupación.

"Pedí que me hicieran la prueba... tuve una cita y me dijeron después de tres o cinco días que era positivo, que no debía ir más al trabajo y que debía quedarme en casa", dijo a la AFP en la puerta de su hogar.

Con mascarilla en el rostro y en cuarentena desde hace dos semanas en compañía de su novia y sus dos hijos, Yosef dijo que ninguno presenta el mínimo síntoma.

La empresa en Smithfield Foods emplea unas 3.700 personas en Sioux Falls, la ciudad más grande de Dakota del Sur. Están dedicados a sacrificar, cortar, cocinar y empacar miles de cerdos que llegan cada día al enorme complejo.

Es una torre de Babel industrial, donde inmigrantes y refugiados de América Latina, Asia y África suelen agradecer haber encontrado un trabajo no calificado que paga poco más del salario mínimo.

"Nos encanta esta empresa", dice Abebe Lamesgin, que llegó de Etiopía hace unos 15 años con su esposa, trabajadora de Smithfield. "Nos ha permitido criar a nuestros hijos".

Su sueño americano, que consiste en una casa con garaje individual en un suburbio residencial limpio y el éxito de tener dos hijos graduados, se volvió amargo cuando la mujer fue diagnosticada con coronavirus.

"La empresa para la que yo trabajo nos informó sobre la enfermedad y cómo protegernos. Smithfield no hizo nada", dice Lamesgin, un carpintero de 54 años y sacerdote de medio tiempo en una iglesia ortodoxa etíope.

"Necesitan obtener una ganancia, hacer dinero, es algo bueno. Pero sin gente, no hay ganancia", dice alzando el dedo índice como predicando a su congregación.

Kooper Caraway, presidente de un sindicato obrero local, afirmó que la "sirena de alarma" se lanzó a principios de marzo, pero que la dirección de Smithfield en ese momento "no tomó la amenaza suficientemente en serio".

"Es un edificio antiguo, los pasillos y escaleras son muy estrechos. Los trabajadores están uno encima del otro en los vestidores, en la cafetería... La fábrica no fue diseñada para el distanciamiento social", dice el líder sindical de 29 años.

El resultado son más de 900 casos, 761 entre los empleados y 143 de sus familiares, según las últimas cifras del martes, además de dos decesos. La fábrica de Siux Falls se convirtió en el mayor brote de contagio en un solo lugar en Estados Unidos.

Smithfield Foods está haciendo "todo lo que está en nuestro poder para ayudar a proteger a los miembros de nuestro equipo de la COVID-19", dijo la empresa a la AFP en un comunicado, mencionando medidas como la distribución de una mayor cantidad de dispensadores de gel desinfectante, la instalación de pantallas de cristal acrílico y la medición de la temperatura de los trabajadores en la entrada.

La empresa también niega "firmemente" haber intentado cargar la mano a los trabajadores prometiendo una gratificación de 500 dólares a los que no se tomaran ningún día de baja por enfermedad en abril.

Y habla de una recompensa excepcional por la "dedicación" de sus empleados en tiempos de crisis, que los sindicatos ven como un "incentivo irresponsable" para ir a trabajar incluso enfermos.

"Es mucho más fácil para la dirección hacer un cheque que sentarse y cuestionar su modelo de producción y medidas de seguridad", dice Caraway, suspirando.

Bajo la presión de las autoridades estatales, la planta de Sioux Falls, que por sí sola produce entre el 4% y 5% de la carne de cerdo en Estados Unidos, cerró el 12 de abril hasta nuevo aviso.

La columnas de humo que la planta desprendía hacia el cielo han desaparecidos y su estacionamiento luce casi vacío. 
El eritreo Yosef, que ha recibido su salario durante la cuarentena, dice que "no tiene miedo" de volver a trabajar allí para alimentar a los estadounidenses confinados.

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