El nuevo del 145% impuesto por el gobierno de a las importaciones procedentes de ya se está traduciendo en una subida de precios tangible para los consumidores estadounidenses. En lugar de asumir el impacto, las plataformas de comercio digital con sede en Asia como Temu y Shein están trasladando los costos directamente a los usuarios finales, lo que contradice la narrativa oficial que asegura que será la economía china la que “tragará” los gravámenes. Según reportes recientes, artículos tan simples como un paquete de paños de cocina han pasado de costar $1.28 a $6.10 en menos de 24 horas, un alza del 377%.

Temu, propiedad de PDD Holdings, y Shein, una de las aplicaciones más populares entre los consumidores jóvenes, han incrementado los precios en categorías clave como salud, belleza, hogar, juguetes y moda femenina. En promedio, los precios subieron entre 9% y 40% en los productos más vendidos, y se espera que sigan aumentando a medida que se agote el inventario previo a la imposición del arancel. En paralelo, minoristas tradicionales como Walmart, Amazon y Target enfrentan una presión creciente: absorber el costo, aumentar precios o renegociar contratos con proveedores asiáticos que se rehúsan a cubrir el nuevo impuesto.

Desde el gobierno federal, se ha sostenido que el objetivo de los aranceles es forzar a China a renegociar un nuevo acuerdo comercial y acelerar la repatriación de la manufactura a Estados Unidos. Sin embargo, expertos como Justin Lin Yifu, ex economista jefe del Banco Mundial, advierten que incluso si la producción se traslada a suelo estadounidense, los precios seguirán siendo más altos debido al costo estructural interno. Es decir, la sustitución de importaciones no conducirá a una baja de precios, sino a una etapa prolongada de inflación en el consumo masivo.

Para reforzar el mensaje político, la administración ha minimizado el impacto en el consumidor y responsabilizado a las plataformas chinas de trasladar los costos. Pero la realidad del mercado es más compleja. Según Wang Xin, director de la Asociación de Comercio Electrónico Transfronterizo de Shenzhen, los exportadores están subiendo los precios entre un 20% y 30% en plataformas como Amazon y Walmart. Las fábricas, por su parte, han recibido instrucciones específicas de retirar etiquetas de precios, como ocurrió con una planta proveedora de adornos navideños para Walmart, en Zhejiang, que se negó a asumir cualquier costo adicional.

Mientras tanto, algunos comerciantes intentan ganar tiempo utilizando inventario existente en almacenes de EE.UU., pero reconocen que, en cuanto tengan que reabastecer sus productos, no tendrán otra opción que ajustar al alza los precios minoristas. De fondo, se perfila una presión sostenida sobre el consumidor, en un entorno donde la confianza económica ya se encuentra en su nivel más bajo en cinco años.

De la retórica comercial al golpe en el carrito de compras

La narrativa de que “China pagará los aranceles” se desmorona en el punto más sensible: el bolsillo del ciudadano estadounidense. Lo que se vive no es una simple guerra comercial, sino una transferencia directa de costos desde las políticas macroeconómicas hacia los productos del día a día. En la práctica, el arancel actúa como un impuesto oculto al consumidor, disfrazado de estrategia geopolítica. A diferencia de ciclos anteriores, hoy no hay amortiguadores suficientes: la inflación ya está instalada, y los márgenes de los minoristas son cada vez más estrechos.

El problema es estructural. Estados Unidos depende aún profundamente de la cadena de suministro asiática, especialmente en bienes de bajo valor agregado que son indispensables para millones de hogares. Intentar forzar el “reshoring” (repatriación de manufactura) con barreras arancelarias ignora la rigidez de los costos internos y los años de ventaja que China ha acumulado en producción masiva y logística. La transición no será automática ni barata, y mientras ocurre, será el consumidor quien pague la factura.

En este contexto, las grandes plataformas de comercio enfrentan un dilema ético y financiero. Si no trasladan el alza de precios, comprometen sus márgenes; si lo hacen, erosionan la confianza de los clientes. Amazon ya ha sido presionada por el gobierno para ocultar el desglose arancelario en sus listados, una práctica que apunta más a controlar la percepción pública que a resolver el impacto real. La disputa ya no es solo económica: es narrativa, y quien logre imponer su relato moldeará la reacción social y política al aumento del costo de vida.

El riesgo más grave es que esta política comercial genere una inflación crónica que no podrá ser atribuida únicamente a factores externos. El consumidor estadounidense, que ya muestra signos de fatiga financiera, puede comenzar a cuestionar las prioridades de un gobierno que impone barreras mientras promete prosperidad. Si los precios continúan escalando y el mercado laboral no compensa la pérdida de poder adquisitivo, la factura política no tardará en llegar. Y esta vez, vendrá firmada por millones de votantes con el carrito de compras en la mano.

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