La rebelión de los mercenarios del grupo Wagner ha expuesto las debilidades en la posición del presidente ruso, , y ha planteado serias interrogantes sobre su supervivencia política.

Aunque Putin logró frenar la avanzada de las fuerzas de Wagner y llegar a un acuerdo de exilio para su líder, Yvegueni Prigozhin, en Bielorrusia, esta rebelión ha revelado fisuras en la imagen de Putin como un líder fuerte y todopoderoso.

Las luchas internas y la disputa entre Prigozhin y el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, han demostrado que Putin ya no se encuentra cómodamente posicionado en un sistema de poder vertical. Además, la incapacidad de las fuerzas armadas para evitar que los combatientes de Wagner tomen el centro de comando en Rostov ha generado un giro sorprendente.

Las negociaciones para poner fin a la rebelión fueron mediadas por el líder bielorruso, Alexander Lukashenko, quien emergió como salvador, a pesar de ser considerado un socio subordinado de Putin.

Estas circunstancias plantean importantes interrogantes a menos de un año de las en Rusia en 2024, en las cuales Putin podría potencialmente mantenerse en el poder hasta 2036. Aunque el régimen no colapsará pronto, según los expertos, la rebelión ha debilitado la capacidad, la fuerza y la credibilidad del Estado, acercando así el día en que este régimen pueda caer.

Además, la ha generado un escrutinio minucioso sobre Putin, proyectando la imagen de un líder enfermo, paranoico y cada vez más aislado. Aunque el Kremlin ha negado estas afirmaciones, el régimen ha resultado herido y las repercusiones a largo plazo aún están por verse.

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